Caracas, 07 Mar. AVN (Yesenia Chapeta) - Susana salió de su casa a las 9:30 de la
mañana. Llevaba su camiseta rosada con el corazón tricolor estampado, ese que
se convirtió en icono referencial del sentir chavista durante la
pasada campaña electoral, tanto como la imagen del presidente Chávez empapado
bajo la lluvia de aquel 4 de octubre de 2012, sobre una avenida Bolívar repleta
de pueblo.
Caminó
las cinco cuadras entre su casa y la estación del Metro Los Dos Caminos. Cada
vez que Susana intercambiaba su irreverencia con alguna otra persona en camiseta
escarlata, era inmediatamente traspasada por la mirada de vecinos que,
sorprendidos, pensaban que esa urbanización clase media de Caracas era un
"territorio exclusivamente antirrojo".
Esa
mañana, a dos días de la partida del líder de la Revolución Bolivariana, ella
notó algunas diferencias. No en sus vecinos, sino en los transeúntes que se
cruzó en el trayecto hacia el transporte subterráneo.
Los ojos
de Chávez vivían en la calle estampados en franelas de todos los colores y,
cuando bajó al andén de la estación, el rojo hablaba por sí mismo, como una
nota de acompañamiento entre desconocidos, que parecían decirse sin hablar,
"Duele, duele...".
El tren
llegó. Caraqueños salieron, otros entraron al vagón. Ya en marcha, una dama de
mediana edad, vestida con el uniforme de una conocida cadena de farmacias, le
dice a su acompañante sentado a su lado, en baja voz: "¡Qué silencio!
¿Verdad?". Él asintió sin decir una palabra.
Y así
era. El silencio parecía contagiarse entre todos, lúgubre, tedioso. Sin
embargo, algo que no es usual entre los apretujados usuarios del Metro de
Caracas, sucedía esa mañana, la gente se miraba a los ojos, tal vez
escudriñando códigos compartidos.
Una
señora iba sentada con el periódico doblado en su regazo y la mirada perdida en
ninguna parte. De repente, en medio de aquel ruido que Alejo Carpentier definió
como "el silencio que el hombre tiene por silencio cuando no escucha voces
parecidas a las suyas", irrumpió el timbre de un celular. Era el tono de
una marcha marcial de la canción... "Patria, patria, patria querida, tuyo
es mi cielo, tuyo es mi sol..."
La imagen
de Hugo Chávez entonando el coro, narrando parte de sus vivencias en la
división de Blindados del Ejército, en esa última alocución pública que diera
el pasado 8 de diciembre, despidiéndose -como ahora lo comprenden todos-, flotó
como un holograma en el vagón.
La señora
del periódico se sacudió con el ruido, buscó la dirección del celular
invocante, desplegó el periódico que tenía entre sus piernas y dejó al
descubierto la portada, que inmortalizó en una foto inmensa parte del recorrido
de 7 kilómetros del Presidente Chávez camino a la Academia Militar, rodeado de
una multitud de seres humanos queriendo alargar el brazo para tocarlo y darle
su último adiós.
Un
arrebato de dolor le arrugó la frente a la señora y delató unos dientes
perfectos, que apretaban la impotencia, mientras negaba con la cabeza lo que
veía en el periódico. "Todavía no lo puedo creer", y que por supuesto
no lo entendería más.
Tomó un
pañuelo de su cartera para taparse el rostro y se soltó en llanto.
Al verla,
Susana empezó a llorar también y, sin pañuelo para tapar las muecas de dolor,
buscó su antebrazo derecho para esconderse. De allí, a un lado y otro del
vagón, vio cómo aquel acto de valentía de la señora -llorar sola entre
desconocidos- se contagiaba por todo el vagón, ahora lleno de ojos aguados y
vidriosos, de labios contraídos.
El dolor
colectivo había dejado de ser un secreto, para ser el código visible y asumido
de un pueblo que cruzaba subterráneamente la ciudad.
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