sexta-feira, 7 de dezembro de 2012

Sócrates, Doctor Honoris Causa


Emmanuel Ramiro, in Perarnau Magazine


Hay profecías hermosas. Pinceladas que redondean una vida. Guiños del destino que parecen sacados de algún cuento de Fontanarrosa. Morir el día que tu equipo se proclama campeón del Brasileirao por quinta vez en su historia puede ser el más bello de los epílogos. Más aún cuando nuestro personaje, un futbolista irrepetible, respondió algo así una lejana mañana de 1983: “Quiero morir un domingo y con Corinthians Campeón”. El círculo se cerró hace un año, el 4 de diciembre de 2011. Ese día Corinthians levantaba el Brasileirao, horas después de la muerte de su mayor ídolo. Era domingo.

Aquel día no pudo regatear al destino, aunque la victoria nunca fue el único objetivo de su vida. “Ganar o perder, pero siempre en democracia”. Así saltó, bandera en mano, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieria de Oliveira (Belém, Brasil, 1954), en la final del Torneo Paulista, en 1983, en el encuentro que enfrentaba a su equipo, el Corinthians, contra el Sao Paulo, en el estadio de Pacaembú. Pero algo impresionó más que su fútbol de seda y su liderazgo sobre el terreno de juego. Fue su filosofía de vida, su manual político valiente, su ilustrado carácter más allá de los terrenos de juegos.

Sus eternos 193 centímetros se sustentaban sobre un pie diminuto, un 37 con el que acariciaba la pelota como pocos. Luego estaba su cambio de ritmo, su golpeo de tacón (con el que llegó a marcar algún penalti) y su disparo de media distancia. Pero su esencia residía más arriba, en la cabeza. Ese coco privilegiado le ayudaba a driblar sus debilidades, a sacar el máximo rendimiento a su visión de juego panorámica y a leer los partidos para descerrajar con sutileza cualquier defensa.

Así, El Doctor se convirtió en el ídolo de la torcida de O Timao, la hinchada del Corinthians, uno de los clubes más grandes de Brasil. Con apenas 23 años Sócrates, doctor y futbolista, era un adelantado a su tiempo; fuera de él, un rebelde con causa. Con el fútbol como altavoz supo conducir la pelota para marcar más de un gol al régimen militar de Figuereido. Convertido en el líder del pueblo denunció las injusticias del poder, lanzó su mensaje esperanzador y convenció a todos de que la democracia era el camino más sencillo para ganar aquel partido.

Otro Brasil era posible y Sócrates se encargó de recordarlo con cada uno de sus goles: “Regalo mis goles a un país mejor”. Uno de esos tantos lo marcó antes del pitido inicial. Fue el 15 de noviembre de 1982. Ese día los militares convocaron elecciones en Sao Paulo y el 8 del Corinthians entró en acción. Todo el equipo salió ese día al terreno de juego con una camiseta en la que se podía leer: “Día 15, vote”. Las autoridades militares intentaron censurar el mensaje, que aquella imagen no llegara a la prensa. Fue imposible, más aún tras el recital de juego y goles con el que deleitaron a su parroquia Sócrates, Vladimir y Casagrande, los tres tenores del Timao.

Después de aquello tampoco dudaron en posicionarse a favor del cambio político. Había nacido laDemocracia Corinthiana. Un movimiento que contagió a toda la entidad hasta el punto que todas las decisiones en el club se tomaban por sufragio directo. Todas, desde las concentraciones hasta los horarios, pasando por el reparto de primas o los días libres. Aquel mensaje traspasó las puertas del club, conquistó a una hinchada de 25 millones de aficionados y fue piedra de toque de lo que estaba por venir.

Héroe social de su país, al que defendió en los mundiales de España’82 y México’86, Sócrates formó parte de una de las mejores selecciones verde amarela de la historia, pero nunca pudo levantar la Copa del Mundo. Junto a Zico, Falcao, Tohinho Cerezo, Junior o Eder vivió la tragedia de Sarriá, la tarde en la que Paolo Rossi truncó los sueños de orden y progreso. España se quedó sin samba y el mundo perdió la oportunidad de contagiarse de aquella fiebre amarilla. Sócrates lo resumió así: “¿Perdimos? Mala suerte y peor para el fútbol”.

En México’86, con Sócrates como capitán, la fantasía se agotó en una tanda de penaltis. Frente a la Francia de Platini, ni el astro galo ni el revolucionario brasileño acertaron a marcar en la especialidad de ambos. Fue el crepúsculo triste de una generación brasileña huérfana de títulos y suerte, pero inagotable en recursos y reconocimientos. Nuevamente, Sócrates inmortalizó los sentimientos que desprendía aquel conjunto con su verbo fácil: “No jugamos para ganar, sino para que nos recuerden”.

Hablaba un hombre que de niño tuvo más libros que balones de fútbol. Sócrates nació en una familia acomodada que le facilitó su acceso a los estudios, para terminar decantándose por la medicina. Con los años se convirtió en un seguidor de Karl Marx y socialista por convicción. Su padre –admirador de los filósofos griegos– también jugó un papel muy importante a lo largo de su vida. Don Raimundo decidió su nombre mientras leía La República de Platón. Estaba a punto de nacer un jugador diferente. ¿Cómo no recordar ese nombre? Sócrates. El resto lo hizo el fútbol.



quinta-feira, 6 de dezembro de 2012

Oscar


Em 104 anos de vida dá para fazer muita coisa. Mas não dá para fazer Brasília, Curitiba, Niterói, Copan, Memorial da América Latina, Ibirapuera, Oca, Argélia, Paris, ministérios, fábrica de biscoitos, igreja, panteões, caminhos, hotéis, casas, edifícios, hospitais, marquises, catedrais, parques, centros culturais, mesquitas, praças, auditórios, pontes, passarelas, sambódromos, rampas, universidades, colégios, terminais de ônibus.

Um só não faz tudo isso, nem se viver mil anos. Só se for um louco, louco o bastante para transformar o que é reto em curva, sonhar uma cidade-monumento e erguê-la, imaginar espaços vazios cheios de graça, beleza e arte.
E ateu. Ateu o bastante para crer que nada mais há depois da morte, então que se faça tudo em vida, e Oscar Niemeyer fez. Recusou-se a morrer por 104 anos, porque eternidade é uma falácia, melhor não contar com ela.
E assim foi, mas felizmente nisso Oscar estava equivocado. A eternidade há, não para seres vivos como ele, que uma hora pifam, disso ninguém escapa, mas para aquilo que seres vivos como ele são capazes de deixar. Assim se vive eternamente: deixando algo.
Oscar Niemeyer passou 104 anos desenhando e construindo a eternidade. Conseguiu.
( Publicado originalmente no blog do Flavio Gomes, em 05/12/2012)

segunda-feira, 3 de dezembro de 2012

Campinas perde a histórica Fábrica de Chapéus Cury


Bruno Ribeiro

Filtrada pelos vidros empoeirados das janelas, a luz da manhã é pálida – de uma palidez de fotografia antiga – e escorre dos vãos entre as telhas, em filetes que conferem ao galpão um interessante efeito cênico. Neste cenário, que poderia ter saído de um filme sobre os primórdios da revolução industrial, dezenas de operários trabalham em meio ao vapor das máquinas e aos sons do entrechoque de ferros.

O cheiro do ambiente é carregado, mas não desagradável. Há no ar uma mistura de lã de ovelha, madeira velha, umidade e ferrugem. “É o cheiro do tempo”, diz Antônio Máximo Alves, 66 anos, há 27 como moldador de chapéus. “Hoje faço 350 moldes por dia, mas já cheguei a fazer 600”, relembra. “Na minha juventude, todo homem tinha o seu chapéu. Ninguém saía de casa sem ele”. 

Antônio, que trabalha como fotógrafo de casamento nos fins de semana, é um dos funcionários mais antigos do lugar depois que os mais velhos – alguns com mais de 50 anos de fábrica –, tiveram de se aposentar ou ser demitidos. “Demissão aqui sempre foi coisa rara”, comenta, confirmando os rumores de que uma grande mudança está por vir. 


Estamos em Campinas, mais especificamente na Rua Barão Geraldo de Resende, n ° 142, no bairro Guanabara, onde está localizada a quase centenária Fábrica de Chapéus Cury, com seus 5,3 mil metros quadrados a ocupar praticamente um quarteirão inteiro – não fosse a presença de um botequim de esquina onde os operários costumam tomar o café da manhã antes de pegar no batente. 

Mundialmente famosa por ter criado o chapéu que o ator Harrison Ford imortalizou nos filmes da série “Indiana Jones”, a Cury é vista pelos campineiros sob um prisma local e mais relevante: ela é a memória viva do tempo em que a cidade apenas começava a desenvolver a sua indústria.

Com mais de um milhão de habitantes e conhecida por seu polo industrial e tecnológico, Campinas é a maior cidade do interior de São Paulo. Por isso, surpreende que uma fábrica como a Cury ainda exista, na base da produção artesanal e abastecida por uma caldeira, como no início do século passado.


Para tentar descobrir o segredo desta longevidade, pergunto a Paulo Cury Zakia, 54 anos, diretor comercial da empresa: “Como, afinal, a fábrica sobreviveu ao tempo, à modernização, à concorrência, às sucessivas crises econômicas, à especulação imobiliária e ao fim do chapéu como item obrigatório no vestuário do brasileiro?”. 

Em sua resposta, dá-me em primeira mão a notícia inesperada: “Sobrevivemos graças à força de vontade e ao idealismo; mas não dá mais para continuarmos presos ao passado”, anuncia desde seu amplo escritório situado no segundo andar do prédio. Até o fim de 2012, a antiga sede da Fábrica de Chapéus Cury estará desativada e seu destino será idêntico ao de outros tantos imóveis com valor histórico e cultural que desapareceram em Campinas: o chão.

Ele ressalta, no entanto, que a demolição do prédio datado de 1920 não significará a morte da Fábrica de Chapéus Cury. “Estamos transferindo nossas instalações para um local moderno e mais adequado, na cidade de Jaguariúna”. A mudança, segundo o diretor, era imperativa. “Temos de ser mais competitivos ou seremos engolidos”, justifica. “Até hoje, nos mantivemos heroicamente, assumindo riscos e prejuízos em benefício dos funcionários. Mas um empresário tem de ser racional”, argumenta.


O diretor comercial prefere não dizer o que será construído na área ocupada pela fábrica. “Não gostaria de revelar agora, para não atrapalhar o negócio”, diz. Seu plano imediato, após a demolição, é publicar um livro de fotografias e poemas dedicados à Cury. “É uma forma de preservar as lembranças deste lugar e de tudo o que ele representou para a cidade”, explica. Material há de sobra: ao longo de sua história, dezenas de ensaios fotográficos foram realizados no interior da fábrica. 

Do alto de seus 88 anos, dos quais 70 dedicados à chapelaria, o presidente Sérgio Cury Zakia, tio de Paulo, não guarda segredos quanto à mudança de rumo: “A especulação imobiliária é muito forte e agressiva. É impossível não ceder. Vão construir edifícios aqui, vários”, revela.

Sugiro uma última caminhada com o presidente pelas galerias da fábrica. Ele apanha o inseparável chapéu de feltro marrom sobre a mesa de seu gabinete e apoia-se em meu braço para descer a longa fileira de escadas. No trajeto, cumprimenta os operários. Ele os conhece todos pelos nomes. No ano passado, eram 130. Hoje, apenas 69. “No auge da nossa produção, entre as décadas de 1940 e 1960, chegamos a ter 800 funcionários contratados”, recorda Sérgio.


As recentes demissões não parecem ter sido uma decisão fácil. “Alguns dos demitidos eram meus amigos; íamos caçar e jogar futebol quando não éramos tão velhos”, comenta, com um sorriso discreto. De fato, muitos dos funcionários remanescentes têm mais de 20, 25 anos de carteira assinada. “As pessoas entravam para trabalhar comigo e iam ficando. Nunca tive o costume de demitir o pessoal”, diz.

Para o velho Zakia, a culpa não é só da especulação imobiliária. É também dos chineses: “Eles estão comprando todo o pelo de lebre que há no mundo – e este era a nossa principal matéria-prima. O pelo de lebre sumiu do mercado e estamos tendo que nos adaptar e reinventar nossos produtos. Agora, somos obrigados a usar quase que exclusivamente a lã para fabricar os chapéus, mas não é a mesma coisa”, lamenta.

Sérgio Cury Zakia é filho de libaneses. O avô era gerente de uma fábrica de tecidos no Líbano e foi o primeiro membro da família a vir para o Brasil, em 1904. Embarcou na terceira classe de um navio e desceu no porto de Santos, em busca de uma vida melhor. Quatro anos depois, enviou dinheiro para que os filhos pudessem se juntar a ele. O pai de Sérgio se estabeleceu em Itu – onde ele nasceria a 25 de fevereiro de 1924. “Eu tinha nove anos quando papai me disse: ‘Sérgio, o mercado de chapéus é o futuro; vamos para Campinas trabalhar na fábrica do Dr. Miguel. Isso foi em 1934”.


Dr. Miguel era Miguel Vicente Cury, um caixeiro de loja que se tornou duas vezes prefeito de Campinas (1948 a 1951 e 1960 a 1963) e hoje dá nome ao viaduto mais importante da cidade. “Ele era meu tio, irmão da minha mãe. O que mais gostava de fazer na vida era reformar e vender chapéu. Nem ele sabia por que gostava tanto de chapéu. Acabou comprando a fábrica, a preço de banana, de uns alemães que estavam fugindo do Brasil”, conta Sérgio.

Miguel Vicente Cury fundou a Fábrica de Chapéus Cury em 1920, sem imaginar que ela se tornaria uma das mais importantes do País e da América Latina. “Quando comecei a trabalhar aqui, aos 18 anos, ela já era uma empresa respeitada, que produzia e exportava chapéus. Meu pai e eu tivemos que aprender a fazer um pouco de tudo, porque meu tio era muito exigente. Mas, como nunca aprendi a lidar com mecânica, acabei assumindo a parte administrativa”, lembra.

No decorrer dos anos, a empresa foi aumentando sua produção e adquirindo máquinas mais modernas, provenientes da Europa. Quando o chapéu começou a cair em desuso nas grandes cidades brasileiras, a Cury passou a investir pesado no mercado externo. Hoje, 30% da produção são destinados à exportação, tendo nos Estados Unidos e na Bolívia seus maiores compradores. “O que não significa que o brasileiro tenha deixado de usar o chapéu”, destaca Paulo Cury. “Nossos grandes clientes estão no Sul e no Nordeste. O gaúcho e o nordestino ainda usam bastante os modelos tradicionais; já em Goiás e Mato Grosso vendemos mais o modelo country”.


Os números da empresa desmentem a tese de que não há mais mercado para o chapéu: por mês, a Cury produz entre 20 e 25 mil chapéus. Em 2010, faturou 30 milhões de reais. “O segredo está em ir se adaptando ao gosto do consumidor, que muda com o tempo”, explica o diretor comercial, cuja expectativa é ampliar ainda mais esta cifra a partir da mudança para a nova sede, em Jaguariúna.

Paulo Zakia não sabe dizer o que virá pela frente. A única certeza é que um dos chapéus mais famosos do mundo, fabricado por ele, continuará sendo a “menina dos olhos” da Cury. “Quando os filmes do Indiana Jones voltam a ser comentados, as vendas deste modelo sobem”, afirma. Ele se refere ao modelo de chapéu criado especialmente para o personagem principal do filme “Indiana Jones e os Caçadores da Arca Perdida” (1981), que se tornou um clássico do cinema.

“Um de meus clientes nos Estados Unidos era patrocinador do filme e me pediu que criasse um chapéu para um herói de aventura. Ele descreveu o personagem, mas não disse que o ator seria o Harrison Ford e nem que o filme seria aquele. Só descobri quando fui ao cinema e vi o meu chapéu na tela”, relembra. De lá para cá, a Cury fabricou aproximadamente 500 mil unidades do modelo Indiana Jones – com licença para importá-lo a vários países.


Nadir Furlan, subencarregada do setor de costura, orgulha-se de trabalhar na “fábrica do chapéu do Indiana Jones”. Segundo ela, é assim que muita gente identifica a Cury. “Eu sei que ela não é só isso. Essa é apenas uma parte da história. Mas também é a parte que fez a gente ficar conhecido no mundo todo, não é?”. Atento para o fato de a costureira se referir à empresa como “a gente”. Pergunto o que a Cury representa para ela. “Eu costumo dizer que isso aqui é a minha segunda família”, diz.

Nadir começou a trabalhar na fábrica em 1982 e nunca pensou em sair. Duas de suas irmãs trabalham com ela, mas em setores distintos. “Eu sempre fui costureira. Já cheguei a costurar dois mil chapéus por dia, hoje são cerca de 800”. Lembra que o número de costureiras também foi bem maior. “Há dois anos, havia 50 mulheres pedalando as máquinas. Hoje somos onze. É que costureira é uma profissão em extinção”, avalia.

Nadir acredita que sentirá falta do prédio em que trabalha há tantos anos. “Eu seria capaz de andar de olhos vendados aqui dentro. Conheço cada canto”. Ao mesmo tempo, manifesta interesse e curiosidade pelo novo. “Se for para o bem de todos e eles quiserem continuar contando comigo, por que não?”.


Antônio Máximo, o moldador de chapéus, não sabe se será aproveitado na nova fase da empresa. “Enquanto não me mandarem embora, continuarei trabalhando, porque gosto muito. E se tiver que ir para outro lugar, tudo bem. A gente tem que trabalhar de qualquer forma. É a vida”, diz.

Ao meio-dia em ponto, soa o apito da chaminé de tijolos – o único elemento, junto à fachada do prédio, tombado pelo Conselho de Defesa do Patrimônio Artístico e Cultural de Campinas (Condepacc). A chaminé sobreviverá à demolição.

Para os operários que restaram, este talvez seja o último horário de almoço na velha Fábrica de Chápeus Cury. Ou o primeiro dos últimos, antes que sejam transferidos para a nova sede ou voltem em definitivo para suas casas. O desaparecimento do imóvel não será o fim do mundo; mas certamente marcará o fim de um mundo cada vez mais raro e distante.  

(Reportagem originalmente publicada na revista Brasileiros (Novembro/2012), com fotos de Adriano Rosa. No blog a maioria das fotos pertence a Heleno Clemente.)










sábado, 1 de dezembro de 2012

O samba

A semente do samba chegou ao Brasil nos porões malditos dos tumbeiros, espalhou-se pela Noite Grande e germinou em solo nacional, tornando-se a mais alta e forte árvore nativa, resistente como a sucupira, enraizada como o pau-brasil, encantada como a jurema. O samba nos civilizou. Ele nos deu uma identidade e um lugar no mundo. 

Dizem os mais velhos que na África antiga houve um orixá chamado Samba ou Semba. Ele não chegou a ser cultuado no Brasil porque estava entre os deuses que morreram junto com seus filhos nos navios negreiros que cruzaram o Atlântico. É por isso, talvez, que o samba tem algo de sagrado e de misterioso. É por isso, talvez, que há na roda de samba algo de litúrgico, de missa pagã, onde o transe se faz presente na dança e a reza vem em forma de canto. 

O samba é um rei consciente de sua nobreza. Ele dá aos seus súditos a chance de renascer para uma nova vida: o gari que se torna príncipe no Carnaval, mestre-sala a defender as cores de sua escola na avenida; o burocrata que vira poeta, cantado em versos pelo povo que o faz imortal; Selminha Sorriso, motorista do Corpo de Bombeiros que se transforma na linda porta-bandeira da Beija-Flor...

Apesar do preconceito do qual ainda é alvo, o samba subverte a lógica capitalista e sobrevive ao tempo, cravado na alma brasileira como fosse uma tatuagem genética. É ele quem nos consola, quando ninguém mais se importa. Ele acusa e ridiculariza os poderosos, afaga as mulheres e conforta os boêmios solitários. Quando tudo nos falta, resta o samba. Ele nos toca o espírito e faz de nós os seus cavalos. 

O samba é de Exu, porque celebra a rua, a vida e o corpo com sua festa libertária; é de Ogum, porque ajuda a vencer as demandas na luta pela sobrevivência; é de Oxóssi, porque traz o pão para a mesa do pobre; é de Xangô, porque denuncia as injustiças sociais; é de Oxum, porque sensual e benevolente; é de Iemanjá, porque tem a profundidade do mar; é de Iansã, porque se propaga no vento; e é de Oxalá, porque traz a sabedoria ancestral dos preto-velhos. 

Hoje, Dia Nacional do Samba, é dia de sair mais cedo do trabalho. É um dever cívico encontrar os amigos do peito e, ao redor de uma mesa repleta de copos e garrafas, fazer uma roda de samba. Hoje é dia de cantar Candeia e Cartola, Baiaco e Brancura, Noel Rosa e Silas de Oliveira, Vassourinha e Roberto Ribeiro. É dia de lembrar João Nogueira, de chorar com Nelson Cavaquinho e de se entregar à vida com a intensidade de um amor correspondido.